OpenAI ha tenido que dar marcha atrás en muchas de sus decisiones originales, y su rendimiento no parece ser lo extraordinario que la empresa prometió
Sam Altman se las prometía muy felices con el lanzamiento de GPT-5. Sobre el papel (el suyo), este nuevo modelo era un salto cualitativo notable que además introducía cambios polémicos. Para empezar, ese famoso enrutador que es ahora el encargado de evaluar la dificultad de lo que le preguntas y elige si usa una versión más o menos potente del modelo. Y para terminar, cargarse los modelos antiguos como GPT-4o que durante más de un año han acompañado a los usuarios. Ambas decisiones estaban dirigidas a una cosa: ganar más dinero a cambio de que tuviéramos una peor experiencia de usuario. Las críticas no se hicieron esperar, y tal fue el volumen de ellas que OpenAI ha tenido que dar marcha atrás y deshacer esos cambios. El motín había funcionado, y además de poder elegir la variante de GPT-5 que queremos usar los usuarios de pago han recuperado el acceso a su añorado GPT-4o. Este pequeño desastre ha demostrado una vez más que a los usuarios no nos gustan demasiado los cambios, y tampoco nos acaba de convencer que una máquina elija por nosotros. Sobre todo cuando lo que elige es la versión más barata de GPT-5 para ahorrar todo lo que puede. Lo que parecía una buena idea se acabó convirtiendo en punta de lanza de las críticas a este lanzamiento. Hay en realidad otro problema de fondo: que GPT-5 no es mucho mejor que sus predecesores, que es precisamente lo que necesitaba OpenAI. El modelo da un salto sobre todo en sus variantes más potentes, pero aun así más que un salto lo que hemos dado es un saltito. Eso apunta de nuevo a una desaceleración de la IA y plantea inevitablemente una pregunta inquietante. ¿Qué hacemos con la IA si ya no puede ser mucho mejor? | |
John Tones debe estar más o menos en la misma posición que el protagonista de nuestra sugerencia de esta semana (espero que sin la granada). Se trata de 'Nadie 2', la secuela de aquel soberbio espectáculo de acción que fue ' Nadie' y que de paso retrataba con acidez la crisis de la mediana edad. Aquí vuelve a intentar darnos una moraleja sobre la familia y su unidad, el amor, el perdón y la protección de los tuyos, pero ese mensaje casi acaba siendo lo de menos. La segunda entrega se parece más a un especial veraniego que a una secuela propiamente dicha. Eso no la perjudica en absoluto, porque es un gustazo ver cómo el género crece, evoluciona y se vuelve disfrutón. Bob Odendirk y los suyos son capaces de mantener el nivel de violencia de la película original, pero suben de forma notable el de la comedia. El resultado: una gozada hiperviolenta que no está de más ver con un mojito en la mano mientras huímos del calor. | |
Durante décadas Alemania cultivó la imagen de un país donde la puntualidad ferroviaria era tan parte de la identidad nacional como la cerveza o las salchichas. Hoy esa imagen se resquebraja: solo el 56% de los trenes de larga distancia llega dentro del margen oficial de seis minutos, una caída notable respecto al 85% de los años noventa. La situación se ha vuelto tan grave que Suiza ha vetado el paso de trenes alemanes más allá de Basilea, harta de los retrasos que afectan a su propia red. Casos como el de un tren averiado cerca de Viena que dejó a 400 pasajeros atrapados durante seis horas en un túnel, o el cierre durante nueve meses de la línea Berlín-Hamburgo para reparaciones, reflejan el colapso de un sistema castigado por tres décadas de infrafinanciación. | |
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