ARPANET, precursora de internet, fue una red diseñada para compartir recursos de computación, pero también se creó en una época en la que había un
temor claro a posibles ataques nucleares. Así fue como nació el intercambio de paquetes, un sistema que permitía que si un nodo de la red se caía, el resto pudieran seguir funcionando. Teóricamente eso planteaba una internet que acabaría resistiéndolo casi todo.
Pues no.
La culpa no es del intercambio de paquetes. El problema real es que la teórica descentralización de internet
es solo eso, teórica. El centro de datos US-East-1, el primero de nube de Amazon (AWS),
se creó en 2006 y desde entonces no ha parado de crecer y de hacer lo contrario que buscábamos con internet: centralizar más y más cosas. Y eso ha hecho que se haya convertido en un eslabón débil, porque si US-East-1 tiene tos, internet entera se contagia.
Es lo que ha ocurrido esta semana
con la caída de ese centro de datos de AWS. El incidente fue relativamente leve, pero durante unas horas vimos cómo parte de internet parecía haber desaparecido. Duolingo, Fortnite, McDonalds, Perplexity o Canva (entre otros muchos) acabaron sufriendo las consecuencias, y millones de usuarios se quedaron sin acceso y sin poder aprender idiomas, pedir una hamburguesa o diseñar una invitación para una boda.
Esos problemas —que no son
ni mucho menos nuevos— nos recordaron una vez más algo importante: internet es frágil aunque precisamente se diseñó para no serlo. Hay formas de mitigar lo que ha ocurrido con Amazon, pero ahí la responsabilidad es de las empresas, que deben empezar a
darse cuenta de una vez de que depender solo de un proveedor es un riesgo enorme. Uno que puede hacer que inevitablemente este incidente
se vuelva a repetir tarde o temprano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario