No mucha gente había oído hablar de la semaglutida
hasta hace unos meses. Ahora nos suena mucho más, pero lo que realmente nos suena es el nombre del medicamento con el que se vende este compuesto. Que no es otro, claro, que Ozempic.
¿Por qué estamos oyendo hablar tanto de él? Pues por la sencilla razón de que la humanidad está
obsesionada con la delgadez. Nos gusta comer pero también nos gusta estar en buena forma, y ambas cosas son bastante incompatibles si no cuidamos la dieta. Precisamente Ozempic
propone una forma de perder peso —
o al menos, de no ganarlo— de una forma sencilla: que aumente nuestra sensación de saciedad: no nos apetecerá comer tanto.
La fiebre por el Ozempic ha hecho que algunos se pregunten
si también sirve contra el alcohol, pero lo que también ha desatado
una revolución de fármacos para adelgazar. Su éxito está teniendo además efectos colaterales llamativos: resulta que los supermercados y los fabricantes de bebidas azucaradas están que trinan porque este medicamento
hace que no compremos tanta comida ni consumamos tantos refrescos azucarados.
El fenómeno generado por Ozempic es sorprendente, sobre todo porque ni siquiera es un medicamento diseñado para adelgazar. Este negocio
moverá 30.000 millones de dólares al año y solo ese medicamento ha sido capaz de
impulsar la economía de Dinamarca. Aún es pronto para saber si funciona de forma prolongada y si no hay efectos secundarios preocupantes, pero la industria farmacéutica
se frota las manos con su nuevo gran milagro. Uno que, de funcionar, podría ayudarnos a superar una de nuestras grandes obsesiones.
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